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jueves, 12 de noviembre de 2009

Between

Juan Luis no era un tipo que tuviera muchas manías. De hecho las aborrecía por el mismo hecho que detestaba comer pipas: no se sentía cómodo repitiendo el mismo acto de manera compulsiva. Por eso cuando se descubría alguna, por casualidad, tendía a estudiarla meticulosamente para ver dónde estaba la razón de su existencia. Una vez localizada le era más fácil deshacerse de ella. En ocasiones lo conseguía pero sabía que no era una tarea fácil. Muchas veces tenía que sucumbir a alguna que, por su cualidad recalcitrante, volvía una y otra vez para no darle respiro, para percutirle sin descanso hasta que un día conseguía pillarle con la guardia baja y pasaba así a formar parte de su cotidianidad, aunque le doliera a su orgullo.

Había una especialmente rara que llevaba notando desde que una profesora de ojos azules pronunció una de esas palabras que se suelen aprender en las primeras clases de inglés. Recordaba que tenía un acento irlandés muy marcado, como si intentara no olvidar sus señas de identidad. La repitió tres veces de forma pausada en un espacio de pocos segundos: "Between" "Between" "Between". Juan Luis no sabía si fue su sonoridad ("bituin" le sonaba muchísimo mejor que los vocablos castellanos que utilizaba por esa época) o aquel dulce encanto que transmitía aquella irlandesa de cara regordeta y pelo rojizo lo que hizo que esa palabra se le quedara grabada, pero a partir de ese instante le volvía a la cabeza en los momentos más insospechados.

La última vez que apareció estaba en una clase de mecánica de fluidos, mirando al techo, aburrido como una ostra entre tanto símbolo de densidad y tanta integral triple. Como hacía días que había perdido el hilo de la asignatura, se dedicó a estudiar esa pequeña tara de su cerebro que venía notando desde hacia tiempo. Después de darle vueltas llegó hasta su significado en castellano:"entre". Pensó que le atraía aquella disonancia que evocaba. Siempre le había gustado enfrascarse en diatribas que le hicieran elegir entre diferentes opciones. Disfrutaba argumentando los distintos matices de los problemas que iban saliendo a lo largo de las conversaciones con sus conocidos. Muchas veces jugaba a ponerse a un lado y a otro de las discusiones aunque eso le supusiera que defendiera durante un corto periodo de tiempo cosas en las que no creía. Eso le enseñaba a conocer más a fondo las opiniones contrarias para poder así contraatacarlas con mayor precisión. Porque lo que tenía claro Juan Luis es que estaba en contra de los que decían que todas la opiniones eran respetables y se podían considerar por ello iguales. Él creía que eran las personas las que eran respetables pero quizá no tanto sus opiniones. Las opiniones podían refutarse, podían discutirse, podían ponerse en entredicho sin necesidad de herir a nadie por ello. Por eso le llamó tanto el significado de" between" cuando reparó en él, porque creaba debate. Siempre que había un "entre" había una oportunidad de aprender y de formarse una mejor idea del tema tratado.

Cuando intuía que una conversación iba a versar sobre algún tema que no llegaba a dominar del todo procuraba leer sobre él para así poder hablar con más criterio y evitar en lo que se pudiera caer en lugares comunes que estuvieran ampliamente superados por los conocimientos existentes. Lo creía básico para así poder elevar el dialogo hacía una altura en la que la disparidad de criterios creara sabiduría y no broncas estériles. En general, le gustaba hablar con gente que tuviera inquietudes y le descubriera información desconocida que le hiciera pensar, estrujarse los sesos en busca de su opinión al respecto.

Tenía la teoría de que todo el mundo constituye una especie de burbuja formada por su conocimiento. Un conocimiento que, por más grande o más pequeña que fuera la burbuja de cada uno, es limitado. No se puede conocer todo por uno mismo. Además hay cosas que te pueden interesar mucho y de las que ni siquiera has oído hablar. Por eso creía tan necesario e importante la relación entre las burbujas. Siempre ponía el mismo ejemplo: Gabriel podía saber todo acerca de la teoría de la Relatividad pero a lo mejor no había leído nada de ninguno de los integrantes de la generación perdida norteamericana porque desconocía su existencia. En cambio Ana disfrutaba leyendo cada página escrita por Hemingway o Faulkner pero le era imposible imaginar la sensación de grandeza que le supondría conocer los entresijos en los que estaba basado el mundo. Un día, en uno de esos botellones universitarios tan habituales, a Artero le da por presentar a Gabri y a Ana. Gabri, como es un poco histriónico, empieza a gesticular de una forma que a Ana le recuerda a un personaje de "El villorrio" de Faulkner y se lo dice, cosa que a Gabri, por curiosidad y por seguirle la corriente a Ana, que tiene una sonrisa preciosa, le incita a buscar el libro y leérselo. Y así descubre a Faulkner, que por cierto le encanta, lo que le instiga a investigar entre los estantes de la biblioteca a sus compañeros de generación (a Scott Fitzgerald, a Dos Passos, a Hemingway…) y a invitar a Ana a tomarse un café para darle las gracias. Cuando llega el día y exactamente el segundo sorbo de café, Gabri empieza a contarle la pequeña introducción a la Teoría de la Relatividad que había estado ensayando toda la tarde frente al espejo para impresionarla. Y la impresiona de veras. A partir de entonces quedan todos los viernes, con lo que Ana intenta aprender cosas nuevas sobre Einstein para poder ir hablando al mismo nivel que Gabri y Gabri investiga sobre literatura para hacer lo mismo con Ana. Y así poco a poco las burbujas de Gabri y Ana van aumentando con cosas que ni se hubieran imaginado conocer. Y ese conocimiento además los forma interdisciplinarmente, sea cual sea su carrera. Ya no importa que Gabri sea de ciencias y Ana de letras porque eso, a Juan Luis, le parecía sumamente superficial. Lo esencial, lo verdaderamente importante es que disfrutan completando sus lagunas, disfrutan aprendiendo cosas nuevas que les ayudan a averiguar sus gustos y sus hobbies. Un proceso que lleva implícito una búsqueda interior, lo que hace que uno se conozca más a sí mismo. Porque no todo es estudiar o saber algo en abstracto, sino aplicar lo que se conoce a aspectos que tengan que ver con tu propia vida y te den felicidad y sustento para tener donde mantenerte en pie en tus peores días.

La teoría de las burbujas quedaba muy bien sobre el papel, pero últimamente Juan Luis la daba por imposible. Se sentía abatido. La carrera no le daba el tipo de conocimiento que creía necesitar y además los debates que se encontraba alrededor distaban mucho de ser los que creaba su imaginación. Su burbuja en vez de aumentar iba disminuyendo con el paso del tiempo. Aunque le pareciera mentira lo único serio de lo que oía hablar entre cubata y cubata era de la pelea "between" Belén Esteban y Campanario o a las malas, sobre alguna nueva payasada de algún concursante de Gran Hermano. No se creaban debates interesantes por ningún lado. Muchas veces, incluso, si sacaba algún tema sobre el que le apeteciera reflexionar, era tomado en broma para que se callara lo antes posible. La controversia no estaba sobre si te gustaba tal o tal rama de la filosofía, tal o tal música, o tal o tal libro. No se le descubría un nuevo pintor, ni un director de cine vanguardista, ni un arquitecto minimalista, ni siquiera una serie exitosa. Lo único que se le revelaba eran nuevos detalles escabrosos sobre la vida de esas dos "famosas", estigmas máximas de la normalidad demasiado cercana a la banalidad, o de aquellos juguetes rotos reyes de España y de portadas durante unos meses. Para ser sinceros, no le gustaba nada la Mecánica de Fluidos pero se sentía ofendido al pensar como la gente que había descubierto ese tipo de conocimiento tan complejo y tan útil para el funcionamiento de la sociedad se la guardaba en el desván del olvido mientras que a otros se los entronizaba por sus estúpidos alaridos televisivos. Era ridículo. Lo mismo pasaba con médicos capaces de llevar a cabo una operación capaz de cambiarle la vida a alguien, con catedráticos que investigaban tecnología puntera o con personajes históricos que cambiaron su tiempo: pasaban totalmente desapercibidos en la opinión pública .Y para colmo, estaban muy poco valorados, incluso se los menospreciaba en multitud de ocasiones.

Muy poca gente a su alrededor sabía quién era Simone de Beauvoir, Billy Wilder, Paul Eluard, las hermanas Brontë, Richard Avendon o Rosa Parks, pero en cambio la mayoría se regodeaba de perder su tiempo en aprenderse al dedillo las conversaciones sumamente intrascendentes (y llevadas a cabo con muy malas formas) de las mujeres de Jesulin o conocía que a Andreita no le gustaba el pollo. Todo ello muchas veces incitado por aquel aparato tan sumamente mal utilizado llamado televisión.

Juan Luis distaba mucho de caer en los tópicos. Pero si había uno en el que coincidía era en el referente a la Televisión. Era un elemento decisivo en su teoría de las burbujas. Todo el mundo la tenía en el centro del salón de su casa. Era un factor clave en la vida de muchas personas. Y no digamos en la de Juan Luis. Le afectaba al ánimo, a la calidad de sus pensamientos. Le daba estímulos para reflexionar, para salir de vez en cuando de un mundo que muchas veces no le gustaba. Le permitía soñar. Pues con todo eso le parecía inquietante como un aparato con tantas posibilidades se estaba perdiendo en la inmensidad de lo intrascendente. Él veía en la Televisión un medio fantástico para difundir conocimientos y diversión (cosas compatibles aunque pareciera mentira), capaz de crear estados de ánimo y inquietudes. Pero de un tiempo a esta parte veía que había sido inundada por un tsunami de programas basura en los que reinaban actos y comportamientos excesivamente malintencionados y viscerales. Muchos de los cuales en vez de ensalzarse, en ocasiones, deberían reprimirse lo máximo posible. Habían desaparecido la mayoría de las series, los debates de calidad, los programas de conocimiento, el buen cine… En su lugar las voces, los cotilleos y los melodramas ocupaban la tarde, testigo que cogían rápidamente los concursos engañabobos en la madrugada (¡Pobres insomnes que no tuvieran algún otro lugar al que acudir que al mundo televisivo a esas horas!). Se tachaban de inadecuados para los niños contenidos que llevaran incluidos algún tipo de guiño erótico (Californication) pero se permitía ver a esos mismos niños a víboras desollándose (alguno de esos programas de la Patiño o su homologo tomatero) o programas tan educativos para los pequeños como "El Diario de Patricia". Era todo tan sumamente desolador e hipócrita que Juan Luis se preguntaba como se había llegado a esa situación.

El timbre sonó un poco antes de que el profesor terminara de explicar el último problema de hidrostática y de que Juan Luis terminara de intentar desenmascarar a los posibles culpables de que se hubiera escogido ese derrotero. ¿La educación? ¿Los políticos? ¿La propia sociedad? ¿La condición humana? Quizás en la próxima clase de fluido, se dijo.


domingo, 18 de octubre de 2009

In Memorian...

Quizás no fuera el comentarista mas refinado, ni el que más sabia, ni el mejor vestido. Algunos podrán decir que se hacia pesado, que era un tanto rudo, que caía demasiado en el chascarrillo fácil. Yo, sin embargo, pienso que el futbol no era su deporte. Su estilo no casaba con los largos parones de actividad que se producen en muchos momentos de los partidos. Él necesitaba acción. Él necesitaba ritmo. Él necesitaba baloncesto. Para mí nunca debió dejar Canal +. Ni la horas intempestivas. Ni la NBA. Nunca debió romper la formidable pareja que hacía con Antoni Daimiel.

Siempre lo tendré presente como la voz de gran parte de las madrugadas de mi juventud. Recuerdo con felicidad aquellos días en los que mi hermano y yo nos poníamos el despertador al alba o nos levantábamos el sábado a las 10:00 para ver los partidos de los Bulls de Jordan. Era una época en la que estaba fascinado por el baloncesto. De hecho, creo que nunca he disfrutado tanto con la NBA como en aquellos días. Me emocionaba con cada triple de Pippen, cada asistencia de Stockton, cada rebote de Rodman, pero sobre todo saltaba del sofá con cada "Ratatatatatata triiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiipleee", con cada "jugón", con cada "¿Por qué todos los jugones sonríen igual? Dímelo Daimiel, dímelo" del amigo Montes. Nunca rebobinaba los comentarios de los tiempos muertos como me pasa ahora. Gracias a él y a Antoni comencé a valorar el trabajo de los periodistas deportivos, comencé a darme cuenta de que no daban igual unos que otros y que los grandes te podían divertir hasta en los partidos mas aburridos. Escuchaba con atención cada conversación entrañablemente intrascendente que mantenían sobre cine, sobre música, y sobre los temas mas pintorescos que se les pasaban por la cabeza. Gracias a él recuerdo a jugadores como Luc Longley, aquel ala-pívot australiano que jugaba en Chicago al que Andrés llamaba "Cocodrilo Dandee" o a Rick Smith ese holandés de buena mano que jugaba en los Indiana Pacers al que llamaba "El tulipán blanco". Gracias a él no puedo olvidar aquella final del 98 en la que Jordan se corono antes los ojos de Stockton y Malone y del mundo. Gracia a él O'Neill siempre será del consejo de administración de los "Gepeto Brothers".

Me gustaban sus excentricidades, sus pajaritas horteras, sus gafas redondas, su cabeza afeitada, su pinta de dandi. Me gustaba aquella vitalidad que transmita y contagiaba.Tenia la magia de la gente especial, de la gente irrepetible. Era un tipo entrañable. Uno de esos que te gusta que paseen por el mundo.

Va por ti, Andrés Montes, y porque la vida puede seguir siendo maravillosa. Aunque un poquito menos sin un jugón como tú comentando el baloncesto.
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P.D.1 Después de colgar este post mi hermano me ha puesto en el tuenti este link de un articulo de Santiago Segurola, en el que está tan sensacional como siempre y sigue demostrando que es sin duda el mejor periodista deportivo. Aún no sé que cojones hace en el marca con el talento que tiene escribiendo. Aprovecho para recomendarlo:
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P.D.2 Sigo recopilando buenos articulos sobre Andrés, aquí habla Antoni sobre él:

martes, 22 de septiembre de 2009

Odisea

Creía que la solución a mi crisis existencial pasaba por resolver los síntomas que, para mí, la habían provocado: una serie de ideas inconexas, un par de malas decisiones y la necesidad de buscar algo más. Pero estaba tan equivocado que convertí mi vida en un caos, en una búsqueda constante de la identidad perdida, de mi Yo, de esa pequeña chispa que haría brotar mi fuego interno.

Durante una época, me dediqué a hacer de chico bueno, a beber café y a creer que en el fondo de las bolsas de patatas se encontraba la panacea de mi vida. Engordé, me hice sensible y me dejé barba. Como no funcionó, más tarde, fui de tipo malo, me tinté el pelo y me afeité una ceja. Adelgacé, me musculé y me dejé patillas. Pero seguía con esa sensación amarga que cada cierto tiempo me incitaba a cambiar de rumbo de manera violenta en busca de mis constantes vitales. Así fue como, después de escuchar a “Vetusta Morla” en un par de momentos bastante bajos de moral, decidí sobre la marcha que sí, que tenían razón, que dejarse llevar sonaba demasiado bien. Resultó que en la práctica era una idea utópica, que por mucho que uno se pare el mundo sigue su curso; lleva una velocidad de crucero que, si te despistas, hace que tengas que dedicar el doble de energía a recuperarla. Y así me pasó. Después de mi periodo de aletargamiento tuve que dedicar varios a años a estudiar y a formarme hasta alcanzar a mis compañeros de generación. Mejoré bastante emocionalmente, me llegue a conocer más y me volví un chaval más alegre, más concienciado, comprometido con el mundo hasta el punto de convertirme en activista de Greenpeace; lo que no resultó del todo bueno a juzgar por el resultado final, ya que me hizo sufrir y quemar todas mis naves en luchas de poder banales contra magnates todopoderosos que no se podían permitir (y tenían recursos de sobra para ello) ni la más mísera derrota. Lo que me pareció en su momento una gran vía de escape, una forma magnífica de encauzar mi vida, solo me sirvió para sumirme en la más absoluta impotencia y devolverme aquella maldita angustia agria de la que antes hablé y que tan bien conocía. Me encontraba tan hundido que fui autodestruyéndome poco a poco, con paciencia y con sigilo, sin dejar que se notara mucho.

No me di cuenta de que mi problema era el tiempo hasta que ya era demasiado tarde para reparar muchos de los regalos que la infelicidad me había dejado. Aquel tatuaje hortera de mi espalda, ese pequeño piercing en el glande o la piel elástica y gelatinosa que se me había quedado en la barriga por mis continuos cambios de peso, iban a formar siempre parte de mí por mucho que hubiera dado con la solución a mi desdicha. Pero bueno, volvamos al problema, al tiempo. Sí, el tiempo. Me había alcanzado, se había apoderado de mí. Lo descubrí por casualidad porque no buscaba descubrirlo. No tenía conciencia de que mi nihilismo tuviera su base en un concepto tan subjetivo. Todo fue gracias a Cernuda y su "Ocnos", cosa que me resultó sorprendente, ya que su escritura me empalaga tanto como en ocasiones me rindo a su lucidez:

Llega un momento en la vida cuando el tiempo nos alcanza. (No sé si expreso esto bien.) Quiero decir que a partir de tal edad nos vemos sujetos al tiempo y obligados a contar con él, como si alguna colérica visión con espada centelleante nos arrojara del paraíso primero, donde todo hombre una vez ha vivido libre del aguijón de la muerte.

El tiempo. La rutina. Clic. Y lo entendí todo. Me recordé leyendo “Robinson Crusoe” a hurtadillas el día antes de un examen, con ese placer que solo te da hacer algo en el momento que no debes. Me vi tumbado en la cama con los ojos entreabiertos, imaginando que las rugosidades de la pared eran estrellas luminosas y el color azul de la sabana el reflejo del mar a la luz de la luna. Me encontré de pronto dentro de un cuerpo que no era el mío; un cuerpo moreno, tirante debido a la sal. Me sentí de repente libre, expectante, escuchando el sonido de una isla solitaria que olía a oportunidades y aventura, mientras una ligera brisa me acariciaba la cara. Día tras día, página tras página, traté de sobrevivir a todo tipo de sucesos en la frondosa selva, a tormentas infernales que agitaban el mar a su antojo, a enfermedades tropicales que me hacían tiritar hasta quedar inconsciente. Sometí la naturaleza a mis deseos, coseché y cacé, incluso enseñe a un primitivo individuo mi idioma. Todo ello con el dominio de mis decisiones, sin contar con nadie, sintiendo el peso de la responsabilidad pero sin atemorizarme por ello. Yo las tomaba, yo las afrontaba, yo las sufría. Me encontraba realmente exultante con ese control de mi mismo, de mis habilidades y asocié esas sensaciones a la vida adulta, a la verdadera vida.

Desde ese momento no tuve otro objetivo que crecer, ser mayor, embarcarme cuanto antes en la búsqueda de mi “santo grial”, ese que se acercaba tanto a lo que había plasmado Defoe en su libro. Pero entonces, ahora lo sabía, me tope con el tiempo. Con el tiempo y con la desconcertante forma de vida a la que te aboca este sistema. Ser mayor no era tan bonito como parecía, de hecho no era más que una inmersión en problemas constantes que tenían soluciones complejas y que, encima, inmiscuían a demasiada gente como para que uno pudiera dar el puñetazo final sin dañar a alguien. Además estaban esos malditos mecanismos internos ligados al reloj, al control de las horas, que toda sociedad debe tener para funcionar y ser productiva, pero que yo no soportaba. No conseguía aclimatarme a ellos lo que no quiere decir que no comprendiera su importancia. Simplemente, no estaban hechos para mí. Me irritaba tener que hacer las cosas en un momento preciso con el peso de la obligación a mis espaldas, saltándome el paso de disfrutar en el proceso. Quería sentirme libre para poder elegir el cómo y el cuándo de mis actos sin que una presión externa me los limitara, sin una rutina que me los impusiera y me impidiera saborear el dulce gusto de realizarlos. Pero tan bien sabía que, en un mundo en el que nos hemos puesto como objetivo sacar el máximo beneficio en todo momento a los recursos existentes, eso es una misión casi imposible; el disfrute requiere demora y el mundo requiere dinero, y como el dinero y la demora están reñidos es difícil encontrar una parcela en la que uno pueda hacerlos compatibles.

Una vez que comprendí el problema todo mejoró. Ya no perdería el tiempo buscando algo intangible como me había pasado hasta ahora. Ahora sabía lo que buscaba. Tenía que encontrar esa parcela que me permitiera no perderme en la rutina de la obligación. No quería ser un tipo abnegado y conformista, sufridor de un estrés silencioso. Quería ser un tipo feliz sin un horario fijo, sin tener que dormirme a las 12 y levantarme a las 8, sin tener que comer obligatoriamente a las 3 de la tarde e ir a trabajar a las 4, sin tener que tomar decisiones o desarrollar actos que tuvieran un límite de tiempo. Eso me estresaba, me cortocircuitaba, llenaba de acido láctico mis músculos y me impedía reaccionar con rapidez haciendo de mi vida el caos que os he contado.

Fue entonces, después de un par de tardes pensando sobre el tema, cuando pensé en Defoe y decidí hacerme escritor. Así podría controlar el tiempo, jugar con él, manejarlo a mi gusto, sentir por momentos el placer de dominarlo. Podría dibujar con mi imaginación mi parcela, mi mundo. Crearía personajes en los que me sintiera representado pero sin pasar por el mal trago de las rutinas que me hacían caer en la banalidad más absoluta. Volvería a sentirme otra vez como Robinson Crusoe, pero esta vez con todo mi destino (o su destino) en mis manos. Ya no tendría que darle explicaciones a nadie, solo dependería de mí, manejaría mi hábitat, mi microcosmos. Tendría una isla desierta a mi disposición, a la disposición de mis sueños, al disfrute de mi felicidad. También sufriría sus inconvenientes por supuesto. El hecho de crear no es una cosa trivial; las palabras están ahí fuera pero no es fácil hacerlas conectar, no es fácil crear emociones ni ser original, no es fácil controlar el pánico de la hoja en blanco ni la desesperación del escritor que no escribe. Tampoco es fácil vender, ganar dinero, convencer a tus interlocutores de que realmente tienes algo que decir, pero eso ya era otra historia. Había encontrado un objetivo al que aferrarme y no me dejaría vencer tan fácilmente.

Y así lo hice. Día tras día, hora tras hora, me puse delante del ordenador, tecleé una y otra vez las letras de mi vida, hasta que mi madre me llamaba para cenar o me decía que era demasiado tarde y me disipaba el ensimismamiento. Me recordaba que en la vida real era imposible derrotar al tiempo y a sus pequeñas e incomodas rutinas pero, era en esos momentos, cuando comprendía que por fin lo había logrado, que ya nadie me podía quitar el placer de vencerlo durante unas horas.




martes, 19 de mayo de 2009

In memoriam

Parece que esta semana la vida me esta dando donde más me duele. Además de tener que estar perdiendo horas en mi aburrida lucha contra los exámenes de Mayo, he conocido la muerte de dos personajes culturales que han sido muy importantes para mi a lo largo de estos años.
 Esta entrada va dedicada a ellos. A estos dos grandes. In memoriam...

Antonio Vega era el talento hecho música. Detrás de esa cara demacrada y esa mirada perdida se encontraba un sutil creador de letras que fue destruyendo su vida, poco a poco, a la par que nos regalaba a mas de uno alguna de las canciones de nuestras vidas. Le pudo la cocaína, la heroína o sea lo que fuera lo que tomara. Fue un gran artista que probablemente no supo digerir su talento, su continuo éxito, pero como no le conocí no soy quién para juzgarle. Por eso me quedo con su música. Solo y exclusivamente con su música. “La chica de ayer”, “El sitio de mi recreo”, "Lucha de gigantes",“Se dejaba llevar” y muchas otras canciones y duetos pasaran a formar parte de la historia de la música en España, pero también de mi propia historia. Por eso te estoy totalmente agradecido. Va por ti Antonio...



De Benedetti, qué decir de Benedetti. Lo conocí gracias a uno de esos libros para regalar que recopilan una miscelánea de poemas de amor . Recuerdo haber leído poemas de lo más cursi antes de encontrarme con uno suyo que pronto llamo mi atención. Se llamaba Te quiero, y aun no se muy bien que pintaba en un libro como aquél. Debieron considerar que con ese titulo tendría temática amorosa, pero para mi (ya me pareció en su momento) no es un poema de amor, es más bien un poema revolucionario, quizá con mucho amor, sí, pero no como tema central, sino como complemento. Bendito error. La verdad es que hoy mas que nunca agradezco ese pequeño desliz al editor o a quién seleccionara aquellos textos. Me hizo descubrir a este gran poeta de lenguaje simple e ideas complejas, que era capaz de hacerme disfrutar, sentir, gozar de la poesía sin superficialidades ni estridencias lingüísticas. Después de “Te quiero” vinieron “Si dios fuera una mujer”, “Táctica y estrategia” y muchos otros en los cuales aprendí a expresar sensaciones, sentimientos sin nombre, que yacían en mí y a los cuales no sabía poner las palabras precisas. Por eso cuando me levante ayer por la mañana y hoy la noticia de su muerte, sentí que el mundo iba a ser a partir de entonces un lugar más triste, oscuro y melancólico. Porque cuando muere un poeta la felicidad y la belleza pierden matices y hay algo que muere en cada uno de nosotros.

He encontrado este poema en un gran blog (http://desdeminoray.blogspot.com/2009/03/cuando-muere-un-poeta.html). Me gustaría dedicarselo. Va por ti Mario...


Cuando muere un poeta
se quiebra el lenguaje,
lloran las palabras
y los silencios tiemblan,
mueren estrellas
en el fondo de la noche
y sangra la luna
sobre un lecho de seda.

Cuando muere un poeta
se recoge el mar
y las caracolas se lamentan
de puro dolor
porque con el alma del poeta,
en su firme mano
y en su corazón agotado,
muere la belleza.

Cuando muere un poeta
se abre el abismo,
y el zumbido del vértigo
se escucha en el silencio,
que se vuelve infinito
en los delicados pétalos
de un jacinto adolescente
que comienza a florecer.




sábado, 2 de mayo de 2009

Crisis

Después de una tarde soporífera estudiando cosas que me interesan más bien poco para aprobar exámenes que me tocan las narices, decido perderme un rato bloggeando por el infinito universo de internet. Casi por casualidad me encuentro con este texto de un tal Albert Einstein, en el que da su particular visión sobre los periodos de crisis. Es interesante leerlo, ya que después del bombardeo de información apocalíptica sobre este que nos toca vivir, merece la pena que salgan a relucir otros puntos de vista que dejen atrás el pánico y se pongan manos a la obra en busca de soluciones. Me gusta esa manera de concebir la crisis como un periodo de oportunidades, donde se dé rienda suelta a la creatividad y se dejen de lado planteamientos que se han visto erróneos. Donde cada uno debe de dar lo mejor de sí mismo, sin dejarse llevar por el miedo, para superarla y resurgir con más fuerza. Creo que muchos directores de telediarios y muchos políticos deberían reflexionar sobre estas ideas, y dejar de desviar el tema con noticias y actuaciones que la aumentan en vez de repelerla. Un poquito más de sentido común.


Es un consuelo y todo un subidón de moral que esto lo firme un gran científico. A lo mejor no atrofia la mente tanto como yo creo esto de estudiar física...

Aquí os dejo el texto:


“ No pretendamos que las cosas cambien, si siempre hacemos lo mismo. La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países, porque la crisis trae progresos. La creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche oscura. Es en la crisis donde nacen la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Quien supera la crisis se supera a sí mismo sin quedar ’superado’.


Quien atribuye a la crisis sus fracasos y penurias, violenta su propio talento y respeta más a los problemas que a las soluciones. La verdadera crisis, es la crisis de la incompetencia. El inconveniente de las personas y los países es la pereza para encontrar las salidas y soluciones. Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos la vida es una rutina, una lenta agonía. Sin crisis no hay méritos. Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia. Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis es exaltar el conformismo. En vez de esto, trabajemos duro. Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora, que es la tragedia de no querer luchar por superarla.”



viernes, 17 de abril de 2009

Series

Desde pequeño uno de mis mayores placeres ha sido terminar de cenar y sentarme tranquilamente en el sofá a ver una serie. Soy un poco sugestionable y debo de reconocer que mi estado de animo varía (quizás demasiado) con los estímulos que recibo del exterior. Por lo que muchas veces utilizo las series como complemento vitamínico de mi carácter, de mi estado emocional. Así cuando estoy alicaído, falto de moral, pruebo con el humor verde y sutil de Hank Moody (Californication), cuando necesito algo que me ponga las pilas pruebo con el liderazgo borde y despiadado del doctor House, cuando me aburro de la horrorosa monotonía de la vida diaria en Ciudad Real pruebo a escaparme de alguna cárcel con Scofield (Prision Break) o a meterme en una operación de corazón junto a Meredith Grey (Anatomía de Grey). Cuando me siento frente al ordenador (o en su defecto frente a la tele) nunca sé exactamente quién voy a ser, que voy a sentir al terminar.

Muchas veces las series te hacen adquirir un estado de animo concreto, que influye en tu vida de manera determinante. Te hacen ver realidades alternativas que de otra forma permanecerían ocultas, olvidadas bajo el tupido velo que supone la falta de tiempo y dinero para poder viajar y conocer. Te hacen vivir (sí,vivir) situaciones que jamás vivirás y que, en ningún caso hubieras querido perderte. Creo que son un elemento importante para ampliar miras, para construir sueños.

Ayer vi el primer capitulo de la publicitada nueva temporada de “Física o Química” en Antena 3. La verdad es que no le preste mucha atención entre el facebook, la despedida de mi hermano (que se vuelve a marchar a tierras catalanas) y los continuos vaivenes que supone acatar los reclamos de mi madre. Por eso me sorprendió que, cuando me fui a la cama y me puse a pensar en mi nueva entrada para el blog (últimamente estoy mas inspirado medio dormido que despierto), me vinieran a la cabeza imágenes del capitulo. Lo curioso es que las sensaciones que las acompañaron, y que no sabía que se me habían quedado en el subconsciente, no fueron muy halagüeñas y me hicieron pensar. Gente joven, guapa, con todo el futuro por delante, se pierden, se disipan en relaciones tormentosas y violencia desmedida. Todo esto mezclado con los demás tópicos que suelen acompañar a la adolescencia, que si drogas, que si demasiadas mentiras, que si coqueteos con las facciones duras y agresivas de las ideologías... Los guionistas van de ser fieles a la realidad, de reproducir al dedillo el microcosmos de los institutos. Y digo yo, ¿la realidad reflejada es la verdadera?¿es representativa esa manera de afrontar la vida por parte de la gente joven? No me resigno a creerlo. No me resigno a creer que haya mas gente que coquetee con el movimiento nazi, monte bulla en clase o se cree peleas allá donde va, que gente a la que le guste el cine, escuche a Jimi Hendrix, lea a Nietzsche (por decir algo que pueda parecer raro) o trate de ser un buen estudiante y ciudadano.

Pero bueno seamos bondadosos y permitámonos durante unos segundos (no demasiados) que los guionistas lleven razón, pongámonos en el peor de los casos, aceptemos que todo lo que refleja la serie es lo que verdaderamente se produce en los institutos, ¿seria correcto seguir alimentando ese circulo vicioso con mas leña, que lo único que podría producir es una sensación de normalización de actitudes viscerales y poco éticas? No digo que haya que ser puritanos, ni que haya que reducir la diversidad de formas de vivir a la que a mi me gusta, ni que haya que convertir todo en atmósferas irreales mas propias del mundo de Yupi. Digo que habría que intentar meter también otro tipo de comportamientos y actitudes frente a la vida. Y más si la serie va dirigida a gente joven, moldeable, en formación, hambrienta de ídolos, y en busca de referentes y referencias. No seria engañar a nadie, porque creo que allí fuera, en esa especie de jungla en la que se ha convertido todo esto, sobrevive el más fuerte y el más violento, sí, porque no voy a ser yo quien diga ahora que la violencia no lleva a nada (visto lo visto), pero también sobreviven muchas personas anónimas, que tratan bien a la gente de su alrededor, tienen otras inquietudes y sueños y disfrutan de una buena conversación,no solo amorosa y dramática (que también), con sus amigos. ¿No seria bueno que esas personalidades se vieran también reflejadas? En el caso en el que haya gente en institutos como el Zurbaran, ¿no seria bueno recordarles que hay personas distintas a las de su alrededor para aportarles ese ultimo empujón que les ayude a buscarlas, a seguir su camino y a salir de esa órbita pegajosa que suponen las drogas y el dejarse llevar en ambientes turbios?

Ademas creo, por experiencia, que hay determinadas edades en las que la cosas que ves, que lees, te marcan para siempre. Se te quedan grabadas en la retina y pasan a formar parte de ti aunque tu no lo quieras. Me viene a la cabeza aquel capitulo de “Los Serrano”, en el que Marcos terminaba de conquistar a Eva gracias a unas fotos en un fotomatón. La escena era cursi, azucarada y estaba aderezada con una de esas melosas y pegadizas canciones de Fran Perea. El caso es que he visto a toda clase de personas rememorarla en conversaciones con una sonrisa en la cara, he visto fotos y comentarios en el tuenti, y a mi, por ejemplo, aun se me hace un nudo en el estomago al volver a encontrarme con ella en los vídeos de Youtube. Se ha convertido en un estimulo, en una pequeña reliquia que me hace evocar sensaciones pasadas, un periodo de mi vida que sin llegar a ser del todo bueno tuvo su gracia. Un periodo en el que me enamore perdidamente de Eva y que tuvo como música de fondo “La chica de la habitación de al lado”.

miércoles, 8 de abril de 2009

Identidad

Hay quien decía que ella era solo un par de piernas bonitas. Él se conformaba con eso y con aquella ingenuidad tierna y entrañable con que lo afrontaba todo. Se habían conocido una tarde de verano, sentados junto al río, mientras él y sus amigos discutían de política, y ella, trataba de colorear su tez blanquecina al sol. Ella tenía los ojos cerrados, parecía dormida, pero estaba totalmente absorta escuchando la conversación de los desconocidos de su lado. Siempre le había gustado la política y el conocimiento, pero nunca se había atrevido a expresarlo por el miedo al rechazo de sus amigas, que consideraban que pensar en ese tipo de cosas les quitaba tiempo de realizar sus compras semanales y salir de fiesta. Al principio ella intentaba compaginar sus gustos con los de su ambiente, pero pasado un tiempo comenzó a dejarse llevar. Así, los últimos meses, habían transcurrido como una sucesión de noches eternas y sexo vacío, en lo que lo único que diferenciaba un día de otro eran las distintas tonalidades de su lápiz de labios. Nunca lo pasaba mal del todo, pero se sentía atrapada, con una sensación indolente que le hacía ver pasar la vida con indiferencia y dejadez. Desde pequeña le había gustado buscar explicaciones a lo que ocurría a su alrededor, comprometerse y luchar por lo que le parecía justo, pero ahora, en la época que debería haber su apogeo, la culminación de todos sus sueños, se sentía perdida, sin valor para salir de aquella espiral irritante que había comenzado con un par de malas decisiones. Por eso, cuándo le oyó hablar, allí cerca del río, se sintió hipnotizada por la calidad de esa voz brillante y fluida. Recordó aquellos tiempos en los que creía que las palabras y las buenas ideas podían cambiar el mundo, aquellos tiempos en los que le gustaba la gente comprometida y valiente, y no esos tipos perdidos en la felicidad vacua de la barra del bar. Vio en los ojos azules de aquel chico la fuerza necesaria para salir del circulo vicioso, su pasaporte a un mundo que ella idealizaba pero que, sin embargo, desconocía. Y entonces, sin saber exactamente el cuando pero si el porqué, se dio cuenta de que se había enamorado.


Él estaba tan metido en la conversación que tardó algo mas de medio minuto en fijarse en la chica de largas piernas y cara angulosa que tomaba el sol a pocos metros. Su vida había sido fácil. Sus padres tenían dinero, grandes coches y demasiadas casas esparcidas por el mundo como para preocuparse de algo que no fuera mantener su nivel de vida, pero él no se resignaba a ser un “niño de papá”. Le gustaba conquistar con su esfuerzo cada una de las cosas que le interesaban. Se sentía fascinado por los tipos de clase baja que gracias a su talento y su trabajo ascendían y triunfaban, por aquellos que habían tenido la suficiente constancia y pundonor como para no dejarse moldear por su ambiente y ,a contrapelo, habían perseguido su sueño. Le agradaban porque tenía tendencia a dejar las cosas a medias. A veces le costaba hacer el ultimo esfuerzo necesario para poder alcanzar el placer de dominar algo concreto, una habilidad, los matices de un concepto. Se solía deslizar en la superficie, justo bajo la piel de la manzana, cuando algún pequeño inconveniente, alguna traba o un sombrío tufo de aburrimiento lo hacía abandonar, y se quedaba inmóvil, sin profundizar con la ultima cuchillada, sin probar un sabor que presumía deseable.


Siempre había vivido a contracorriente, remando en un río que no era el suyo. Estaba harto de sus amigos y de los de sus padres. Harto de sus previsibles y enfáticas conversaciones acerca de como gobernar el mundo según sus intereses. Harto de todo lo que oliera a herencia y a enchufismo. Él creía en la igualdad de oportunidades, en que el Estado tenía que garantizar una serie de condiciones básicas para todos los individuos y una vez cumplido eso, dejar que el mérito se abriera camino. Los mejores puestos para los mejor preparados, y para los más honestos. Una continua búsqueda de la excelencia. Tú te esfuerzas y progresas en tu campo, tú obtienes un mejor status, un mayor reconocimiento, independientemente de tu posición social, nacionalidad, raza o cualquier otra traba administrativa y absurda. Sus frecuentes viajes a otros países le habían dado suficientes razones para no creer en las fronteras, y sí en las personas. Entendía que era bueno organizarse en países que compartieran una misma cultura, una misma forma de vivir, para una mejor administración de los recursos y una mayor calidad de vida, pero huía de esos sentimientos irracionales que surgen cuando alguien se cree dueño de la tierra que habita. Prefería las sociedades abiertas e interculturales, con continuos cambios, a las cerradas con derecho de admisión. Y en eso estaba, allí frente al río, debatiendo sobre estos y otros temas son sus amigos, cuando la vio levantarse y acercarse lentamente hacía él.




domingo, 29 de marzo de 2009

No hay nada como el dulce sabor de una noche que parecía olvidada

Me sorprendí dibujando tu cara en la mesa. Era uno de esos días tristes y desagradables de finales de Febrero, en los que melancolía lo inunda todo y la felicidad, asustada, no tiene más remedio que esconderse y esperar el mañana. La voz de la profesora de Elasticidad parecía paralizar la marcha de los segundos en su inevitable camino hacia el final de la clase. El ambiente estaba seco, denso y caluroso, fruto de unas ventanas demasiado altas y de una dirección de la escuela un tanto imbécil. Los bostezos afloraban con más frecuencia que de costumbre debido a la noche en vela que suele conllevar los jueves de Cervezada. Te había visto por primera vez la noche anterior, entre cerveza y cerveza, disfrutando despreocupadamente de las lentas y profundas caladas que le dabas a un cigarrillo casi apagado. Recuerdo que me quemaste la chaqueta en un movimiento fugaz, en el que te colocaste un mechón de pelo travieso en tu frente. Llevabas el pelo suelto, brillante, resultado, quizás, de demasiado acondicionador. Eras vistosa sin ser excesivamente guapa. No supiste reaccionar. Tus ojos mostraron las disculpas que tu boca no supo darme. Fue algo tan accidental, tan rápido, tan desprovisto de interés, que no repare en ello hasta que tus rasgos aparecieron perfilados, con suaves y decididos trazos, ante mis soñolientos ojos. No recordaba tu cara, pero allí estaba, bajo mi cuaderno de cuadros, justo al lado de una de las ecuaciones de compatibilidad de un problema con demasiadas vigas. Te había visto una vez, un momento, pero había conseguido dibujarte con detalle, sin tener el más mínimo recuerdo de las líneas que formaban tu rostro. Había incluso un diminuto lunar que parecía ser el centro de la obsesión de mi mente, ya que había sido retocado hasta ser una pequeña luna llena en el horizonte de tu labio. Me sentí un irrisorio títere, un barco sin capitán al que las olas de su subconsciente mecen a su antojo.

Un ruidoso alboroto me despertó del letargo. Parecía ser que los segundos se habían armado de valor, y con no poco esfuerzo, habían conseguido revelarse y finalizar su misión. La clase había terminado y las sonrisas empezaban a aflorar como consecuencia de ello.

El coche estaba aparcado en el parking de arena roja de la entrada del politécnico. Me dirigí hasta allí despacio, pensando en cómo habían podido mis manos, mis dedos, dibujar algo que yo no les había mandado, y que además, por raro que pareciera, desconocía. Arranqué el Volvo en el momento en que sonaba en Cadena 100 "Peter Pan" del canto del loco. Tarde unos segundos en darme cuenta de que algo extraño estaba pasando. La canción estaba arrastrando a mi mente un torbellino de imágenes entrecortadas, desconocidas hasta ese momento, que poco a poco, fueron dando forma a una sucesión de recuerdos inconexos que parecían perdidos. Me vi, poco después de que mi chaqueta fuese abrasada con la ceniza de tu cigarrillo, mirándote a los ojos. Estabas, allí, conmigo, bailando, susurrándome al oído cada estrofa de la canción. Tu mano, furtiva, recorría cada milímetro de mi ombligo dibujando pequeños círculos concéntricos que erizaban mi vello y parecían hacerme levitar. No sé cómo había podido olvidar esa sensación maravillosa que recorrió mi cuerpo durante esos segundos. Quizás demasiadas cervezas. Quizás demasiado placer.

Recordé que luego fuimos a tu casa, un pequeño ático situado junto al parque. Pusiste la radio justo cuando Louis Armstrong tocaba "La Vie en Rose", y a continuación me besaste. Fue ahí cuando reparé por primera vez en el lunar situado cerca de tu labio, en ese círculo sublime que hacía de tu cara un óvalo asimétrico, pero precioso. Jugué a acariciarlo toda la noche mientras nuestros cuerpos se conocían por primera vez, palmo a palmo, con la agradable sensación de tener el tiempo de nuestro lado, como aliado. Si la felicidad hubiera estado escondida en aquella habitación la hubiéramos encontrado y hecho nuestra. Pensé en el universo paralelo que siempre me invento cuando algo va mal, en ese sitio de retiro paradisiaco que me sirve de desahogo y divertimento cuando no me gusta lo que veo, y supe, que allí, en ese piso, en ese momento, había una puerta que conectaba lo real y lo imaginario. Mi mundo y el mundo. A ti y a mí.

La última imagen apareció en el momento en el que la canción llegaba a su fin. El amanecer nos descubría de imprevisto, tumbados en la cama, riéndonos. Festejando que la vida nos cruzó.

No hay nada como el dulce sabor de una noche que parecía olvidada

miércoles, 18 de marzo de 2009

A desde nunca jamás...

Hay veces que las cosas ocurren por casualidad, por pura inercia, sin haber tomado grandes decisiones ni asumido demasiados riesgos. Debo de reconocer que nunca he creído llevar las riendas de mi vida, que hasta ahora, me he dejado gobernar por los caminos que iba abriendo el paso del tiempo a última hora, sin rumbo fijo, sin una meta. Me he dejado mecer tranquilamente, viendo pasar los acontecimientos por mi lado, sin atreverme a actuar, sin atreverme a elegir y equivocarme. He sido como un pájaro planeador, que va de norte a sur, de este a oeste, movido por los continuos y azarosos cambios de viento, evitando las situaciones difíciles y peliagudas, no por el empuje de sus alas, sino por la fuerza de una corriente tardía que no siempre lleva al mejor de los lugares. He disfrutado del paisaje, sí, pero siempre he tenido la sensación de divisar parajes mejores al otro lado del horizonte. Me pregunto que hubiera sido de mí con un último esfuerzo, con una última batida de alas, con una mejor elección en los momentos claves.

Nunca me imaginé estudiando Industriales en Ciudad Real. Una carrera gris en una ciudad aún más gris. A mí siempre me gustaron los colores. Y para mí los colores, como los matices, están asociados al lenguaje, esa mágica herramienta capaz de llegar a los sitios más recónditos del alma y provocar una emoción. Con esto no quiero decir que la ingeniería esté fuera de mi orbita, sino de que me parece demasiado fría y apática. Tal como se imparte es una sucesión aburrida de fórmula tras fórmula, sin ninguna contextualización ni ningún guiño a su descubridor ni a su utilización práctica. Yo disfruto más leyendo el cómo se descubrió, quién la descubrió, cuándo se descubrió, qué supuso, es decir, la historia que hay detrás. El trasfondo histórico. Me gusta saber que hay gente detrás de cada gran descubrimiento, que hay gente que se ha esforzado, ha sufrido, ha sido torturada, para llegar a esta sociedad tecnológica. Me estoy enrollando demasiado, metiéndome en temas que tengo que desarrollar más extensamente en alguna entrada más especifica.

Sigamos con el tema principal. Todo esto es para darte la bienvenida. Una de las cosas buenas de dejarte llevar es que a veces descubres cosas que valen la pena, que son realmente valiosas, y que sin la colaboración del duendecillo del azar hubieran pasado desapercibidas, ocultas para siempre. Una de esas cosas eres tú. Conocerte, que te gustaran los colores y que estudiaras industriales en mi clase, ha sido un cumulo de casualidades fantásticas. De esas cosas que justifican una mala elección o estar en un sitio que no te gusta. Por eso estoy encantado de que te embarques en esta aventura conmigo. Me encanta que tratemos de colorear juntos este paraje gris que nos rodea y que este blog intente ser ese país de nunca jamás tan presente en ti, al que todo el mundo quiere volver.

martes, 3 de marzo de 2009

Nunca me gustaron los dias de lluvia

Te dejé bajo la lluvia, allí clavada, en la esquina del edificio blanco, junto a una señora con un dálmata que esperaba el autobús, con aquella boina azul celeste y esa sonrisa suave que tanto me gustaban. Salí corriendo. No me digas el porqué, pero sabía que esa iba a ser la ultima vez que compartiríamos una despedida. En mi Ipod sonaban los Who a todo volumen. Mi rumbo era el de un marinero sin brújula, perdido en el mar de unas calles sin nombre. Me habías hecho daño. Pero aun así veía tus ojos a cada paso, a cada instante, en cada transeúnte solitario. Embrujabas todo mi alrededor. Te encontraba detrás de cada coche, escondida tras cada estatua.

Una inmensa fragilidad se adueñó de mí cuando crucé el parque donde tantas veces me hiciste sentir el rey del mundo con tan solo rozar mis labios con la punta de tu lengua. Recordé aquellas tardes de verano en las que, sentados en la hierba, jugábamos a querernos mientras el tiempo se nos escapaba como un gato juguetón.

Nunca me gustaron los días de lluvia.