miércoles, 8 de abril de 2009

Identidad

Hay quien decía que ella era solo un par de piernas bonitas. Él se conformaba con eso y con aquella ingenuidad tierna y entrañable con que lo afrontaba todo. Se habían conocido una tarde de verano, sentados junto al río, mientras él y sus amigos discutían de política, y ella, trataba de colorear su tez blanquecina al sol. Ella tenía los ojos cerrados, parecía dormida, pero estaba totalmente absorta escuchando la conversación de los desconocidos de su lado. Siempre le había gustado la política y el conocimiento, pero nunca se había atrevido a expresarlo por el miedo al rechazo de sus amigas, que consideraban que pensar en ese tipo de cosas les quitaba tiempo de realizar sus compras semanales y salir de fiesta. Al principio ella intentaba compaginar sus gustos con los de su ambiente, pero pasado un tiempo comenzó a dejarse llevar. Así, los últimos meses, habían transcurrido como una sucesión de noches eternas y sexo vacío, en lo que lo único que diferenciaba un día de otro eran las distintas tonalidades de su lápiz de labios. Nunca lo pasaba mal del todo, pero se sentía atrapada, con una sensación indolente que le hacía ver pasar la vida con indiferencia y dejadez. Desde pequeña le había gustado buscar explicaciones a lo que ocurría a su alrededor, comprometerse y luchar por lo que le parecía justo, pero ahora, en la época que debería haber su apogeo, la culminación de todos sus sueños, se sentía perdida, sin valor para salir de aquella espiral irritante que había comenzado con un par de malas decisiones. Por eso, cuándo le oyó hablar, allí cerca del río, se sintió hipnotizada por la calidad de esa voz brillante y fluida. Recordó aquellos tiempos en los que creía que las palabras y las buenas ideas podían cambiar el mundo, aquellos tiempos en los que le gustaba la gente comprometida y valiente, y no esos tipos perdidos en la felicidad vacua de la barra del bar. Vio en los ojos azules de aquel chico la fuerza necesaria para salir del circulo vicioso, su pasaporte a un mundo que ella idealizaba pero que, sin embargo, desconocía. Y entonces, sin saber exactamente el cuando pero si el porqué, se dio cuenta de que se había enamorado.


Él estaba tan metido en la conversación que tardó algo mas de medio minuto en fijarse en la chica de largas piernas y cara angulosa que tomaba el sol a pocos metros. Su vida había sido fácil. Sus padres tenían dinero, grandes coches y demasiadas casas esparcidas por el mundo como para preocuparse de algo que no fuera mantener su nivel de vida, pero él no se resignaba a ser un “niño de papá”. Le gustaba conquistar con su esfuerzo cada una de las cosas que le interesaban. Se sentía fascinado por los tipos de clase baja que gracias a su talento y su trabajo ascendían y triunfaban, por aquellos que habían tenido la suficiente constancia y pundonor como para no dejarse moldear por su ambiente y ,a contrapelo, habían perseguido su sueño. Le agradaban porque tenía tendencia a dejar las cosas a medias. A veces le costaba hacer el ultimo esfuerzo necesario para poder alcanzar el placer de dominar algo concreto, una habilidad, los matices de un concepto. Se solía deslizar en la superficie, justo bajo la piel de la manzana, cuando algún pequeño inconveniente, alguna traba o un sombrío tufo de aburrimiento lo hacía abandonar, y se quedaba inmóvil, sin profundizar con la ultima cuchillada, sin probar un sabor que presumía deseable.


Siempre había vivido a contracorriente, remando en un río que no era el suyo. Estaba harto de sus amigos y de los de sus padres. Harto de sus previsibles y enfáticas conversaciones acerca de como gobernar el mundo según sus intereses. Harto de todo lo que oliera a herencia y a enchufismo. Él creía en la igualdad de oportunidades, en que el Estado tenía que garantizar una serie de condiciones básicas para todos los individuos y una vez cumplido eso, dejar que el mérito se abriera camino. Los mejores puestos para los mejor preparados, y para los más honestos. Una continua búsqueda de la excelencia. Tú te esfuerzas y progresas en tu campo, tú obtienes un mejor status, un mayor reconocimiento, independientemente de tu posición social, nacionalidad, raza o cualquier otra traba administrativa y absurda. Sus frecuentes viajes a otros países le habían dado suficientes razones para no creer en las fronteras, y sí en las personas. Entendía que era bueno organizarse en países que compartieran una misma cultura, una misma forma de vivir, para una mejor administración de los recursos y una mayor calidad de vida, pero huía de esos sentimientos irracionales que surgen cuando alguien se cree dueño de la tierra que habita. Prefería las sociedades abiertas e interculturales, con continuos cambios, a las cerradas con derecho de admisión. Y en eso estaba, allí frente al río, debatiendo sobre estos y otros temas son sus amigos, cuando la vio levantarse y acercarse lentamente hacía él.




1 comentario:

  1. Me he enterado que tenias un blog. por curiosidad me he metido y... me he sorprendido gratamente!! no sabia que escribías tan bien! yo admiro a las personas que tienen ese talento, asiq aqui tienes a la primera admiradora jajaja. Alguien conocida que a veces te cuidaba de pequeño.

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