astillas

Eran sus besos, como la lluvia fría de una tormenta de verano, como agua de luna. Eran sus besos, que me calaban el cuerpo y el alma, la ropa y el corazón. Era un relato dispar, labios rojos, carmín un su brazo, una bola de golf en su bolsillo, el recuerdo de aquella noche de marzo donde pude no tener nada y lo tuve todo, un concierto, una mano, un susurro, un verde diferente, y ahora nada. Nada es lo que queda cuando todo se ha ido, cuando gritas por las noches y nadie te escucha, cuando nadie puede consolarte ni hacer que pares de llorar…

Y solo quedaron astillas, nunca supo porqué, pero siempre hubo astillas, en el fondo y en la superficie de mí, astillas.

“Mientras, el mundo parecía diluirse en sus ojos de gata”

No nos queda nada, el tiempo ha pasado y sigo caminando en círculos, lo que ayer era tangible hoy solo es una realidad difusa, un sueño, un enigma que no logré descifrar. No nos queda nada, solo el amargo sabor a despedida, y mi propia derrota, el ser que no llegué a ser por aquello de las “personalidades que tiran de personas”, un chicle en mi bolsillo y su aroma dulzón en mi memoria…ni siquiera consigo escribir nada que merezca la pena.

Eran sus besos, esa sensación de sentir la hierba fresca en la nuca, ese sentimiento de felicidad innata, aunque mi caótico mundo intentara hacer de mi destino astillas, ahí estaba, una línea recta en medio de un coseno, un poco de poesía para hacer llegar el verano en el frío industrial. Ahí estaba, tanto tiempo, para enseñarme que el día menos esperado comenzaría el deshielo, y todo sería diferente, o quizás igual.

Era todo y nada a la vez, su tacto, perceptible ilusión que desaparecía tras la cortina de humo de ciudad…tic tac…el tiempo pasaba, y la tardes de aquella jodida primavera parecían diluirse como la sal en mi vaso de agua, vasos medio vacíos que pasaron a estar medio llenos. Como la sal de un mar que nunca llegó, o que siempre estuvo allí. El tiempo pasaba, y como si nada seguíamos ignorando al estúpido calendario que se empeñaba en marcar el compás de un tango cualquiera. El calendario. Astillas.

Eran sus besos, esa parte de la física que tanto me gustó, la dilatación del tiempo, la contracción del espacio, jugar al tabú, poesía, tardes de sol, y una vida prometedora por delante. ¿Prometedora? ¿Y las astillas?

Vamos a quemar las astillas al calor de esta desesperación, vamos a tender los relojes al sol, a ver si se secan mientras caminamos por la cuerda floja, vamos a coger aire, respirar, y sentir que el siroco no se reirá más de nosotros, que el agua de luna no será más que la leyenda que nunca llegó. Vamos a volar, porque todos queríamos ser extraordinarios.

Tic tac…vuélvete loco. Vuélveme loca. Pero sobre todo vuelve a ser, tarde o temprano, parte de mi relato dispar, vuelve a llenar mis semanas de poesía en este asfixiante cambio climático, en este vertiginoso presente que ahoga mi caótico mundo en alcohol de quemar. Alcohol para curar las heridas. Alcohol para seguir apagando mi casa en llamas. Déjame dibujar un boceto de otra realidad paralela, déjame pintarlo todo con tus colores, déjame soñar que ese, algún día, será mi mundo.

Las ruinas del ayer vendrán y el siroco se llevará por delante todo cuando no fue cierto, todo cuanto imaginamos…

Pero ellos seguirán ahí, sus besos, como el agua del deshielo, fresca, pura, liviana, que nos guiará por nuestros caminos serpenteantes cuando la jodida carretera se divida en dos…

Pero ellos seguirán ahí, para volverme a enseñar, una vez más, que todas las carreteras tienen una salida alternativa, que no hay finales tristes, sino versos sin acabar.

“Deja de gritarme a la cara lo que no quiero oír, que tengo miedo, y esta noche quiero dormir.”